jueves, 11 de junio de 2009

Unos poemas de Rafael Cadenas

He leído gran parte de la Obra entera de Rafael Cadenas y estos son algunos de los poemas que más me han gustado. Os los recomiendo.


EL MONSTRUO

EL HOMBRE SIN PIEL se levanta tarde, evita los comunes tropiezos, rehúye toda relación.
Cualquier rozamiento, que en nosotros no pasa de producir cierta sensación de pérdida, a él se le puede transformar en un desarreglo prolongado. No es un hombre de una pieza sino una máquina al desnudo con todos sus engranajes, mecanismos, trucos descubiertos.
Como las sensaciones no le llegan atemperadas sino de lleno, se puede decir concisamente que vive a boca de jarro.
Sin métodos, sin rodeos, sin etapas, tal como vienen las recibe.
Lo que él entrega también se produce así, sin más intermediario que el aire.
Ni siquiera el lenguaje mitigador, que desarma, que embota, que oculta, quitando poder a las cosas, le sirve para nada porque vive en significados.
No usa amortiguadores: habita en ondas drásticas que a nosotros nos parecerían devastadoras.
Sin embargo, este hombre incompleto puede servir y ha servido de medida probable para calibrar cualquier normalidad, someterla a juicio y decidir si es suficientemente cruel, como para admitirla, aunque los fallos pecan de exigentes.

Sin él darse cuenta suele enredarse, sufre malentendidos hasta jocosos, es víctima de equívocos en situaciones corrientes.
Este hombre complica, complica.
Si se le entrega un pequeño laberinto, un laberinto de juguete con pocas vueltas, con un número razonable de trampas, con sorpresas a las que sea fácil adelantarse, en pocos días lo convierte en un enrevesado órgano de tortura.
Nadie se explica cómo pudo vivir, crecer y desarrollarse, pero que existe es un hecho cumplido.
¡Si hasta crea problemas!
(Uno de ellos es el de revelar los horrores del sitio donde vive, mostrando las marcas que le deja.)
En suma, se mantiene, hace lo que todo el mundo aunque parezca un milagro y hasta hay ocasiones en que luce más resistente, menos ambiguo, más recto que nosotros los hombres rematados.
Acostumbra lamentarse, pero se ignora el momento en que le da por ahí. Así como tampoco se conoce el día en que siente más el tormento.
Él sabe que este hábito maligno vuelve más penosa su deficiencia.
Los hombres completos no advierten a la primera mirada su déficit. Muchas veces les lleva días descubrirlo, pero una especie de irresolución del desollado los pone en la pista. De pronto notan que es desusadamente sensible. Comienzan a llamarlo poeta, aunque está lejos de eso, pues es sólo un hombre desabrigado. La confusión podría continuar, pero como él no hace ninguna demostración, gritan: “Fraude. Ni siquiera habla”. Un día se le pesca, es descubierto, queda desenmascarado. “No es tal artista, anuncian, simplemente le falta algo. Tomamos por arte una simple falla biológica. Es un impostor; se impone un desagravio a los verdaderos creadores”. Entonces lo arrojan a un pozo, al pozo en que siempre ha estado, donde es de esperar que pueda, ya que no criar piel, educar una costra que haga sus veces.

Se puede decir que así como carece de piel tampoco tiene moral, o que ésta es sumamente laxa, sustituible, vacante. La reemplaza con una especie de vaguedad que le sirve malamente de soporte.
Es que no puede permitirse, no puede darse el lujo de tener moral. Si su filosofía es frágil, su memoria es fuerte. En sus pliegues complicados los hechos se estancan. A este hombre no le está permitido olvidar.
Periodos hay en que toma su falla por signo de distinción. Cuando alguien no se la advierte, él se apresura a señalarla con alguna frase primitiva.
No deja pasar mucho tiempo sin aludir a esta marca de nacimiento.

Si se le reprocha su falta de agresividad, el casi hombre no encuentra una explicación satisfactoria. La ira, la ira compacta es en él fatalmente un asunto interno.

Sin embargo, tiene compensaciones. El malestar de la infranqueable separación, la molestia de mantenerse “en forma”, los inconvenientes que proceden de tener un nombre, las ambiciones jerárquicas, la defensa del orden, son problemas que le tienen sin cuidado.

Por exceso de cautela y de perplejidad, sin saberlo o adrede, es un ser desalmado que oscila entre cálculos falaces e imprevisiones esmeradas. Su falta de veracidad es un escollo que no puede vencer.
Vivir textualmente, conforme al curso de las cosas, está fuera de su alcance.

Le gusta hacerse el duro. Como en su caso el sufrimiento no es una mala costumbre sino una rutina, ya no le llama mucho la atención, y es poco dado a hablar de eso.

Este hombre inconcluso se desenvuelve con cierta soltura. Resulta difícil reconocerlo a simple vista.
Es conmovedoramente común.
Le falta la piel, la piel adiestrada, la piel enseñada en los duros textos, lo que le da una cualidad ilímite, pero lo hace fácilmente expugnable.
Aunque tiene acceso a lugares donde sólo se llega desguarnecido, es fácil de todas las invasiones, está hecho para recibir de frente la inseguridad, y tiende a lacerarse más de lo que acepta la poesía.












FRACASO

CUANTO HE TOMADO por victoria es sólo humo.

Fracaso, lenguaje del fondo, pista de otro espacio más exigente, difícil de entreleer es tu letra.

Cuando ponías tu marca en mi frente, jamás pensé en el mensaje que traías, más precioso que todos los triunfos.
Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no supe que era para salvarme.
Por mi bien me has relegado a los rincones, me negaste fáciles éxitos, me has quitado salidas.
Era a mí a quien querías defender no otorgándome brillo.
De puro amor por mí has manejado el vacío que tantas noches me ha hecho hablar afiebrado a una ausente.
Por protegerme cediste el paso a otros, has hecho que una mujer prefiera a alguien más resuelto, me desplazaste de oficios suicidas.

Tú siempre has venido al quite.

Sí, tu cuerpo llagado, escupido, odioso, me ha recibido en mi más pura forma para entregarme a la nitidez del desierto.
Por locura te maldije, te he maltratado, blasfemé contra ti.

Tú no existes.
Has sido inventado por la delirante soberbia.
¡Cuánto te debo!
Me levantaste a un nuevo rango limpiándome con una esponja áspera, lanzándome a mi verdadero campo de batalla, cediéndome las armas que el triunfo abandona.
Me has conducido de la mano a la única agua que me refleja.
Por ti yo no conozco la angustia de representar un papel, mantenerme a la fuerza en un escalón, trepar con esfuerzos propios, reñir por jerarquías, inflarme hasta reventar.
Me has hecho humilde, silencioso y rebelde.
Yo no te canto por lo que eres, sino por lo que no me has dejado ser. Por no darme otra vida. Por haberme ceñido.

Me has brindado sólo desnudez.

Cierto que me enseñaste con dureza ¡y tú mismo traías el cauterio!, pero también me diste la alegría de no temerte.

Gracias por quitarme espesor a cambio de una letra gruesa.
Gracias a ti, que me has privado de hinchazones.
Gracias por la riqueza a que me has obligado.
Gracias por construir con barro mi morada.
Gracias por apartarme.
Gracias.









DERROTA

Rafael Cadenas, 1963 (*)


Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo que creí
que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo («Ud. es muy quedado, avíspese, despierte»)
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada en cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo y crear de mi indolencia, mi
flotación, mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final.

martes, 5 de mayo de 2009

Lectura del poema 9 de Ciudad Iluminada

Poema 9 de Ciudad Iluminada

9
En algún punto está mi concreción. Alguna fiesta. He de oler entre hipnóticos perfumes, perfumes de mujer que se embozan el pecho de insistencias. Tengo que llegar a mi región, a la tierra en la que tengo gente. La primavera ha estallado en silencio, y la lluvia ha dejado limpio el aire. La luz es la señora. La luz blanca. La calle es una riada de gente y yo debo encontrar mi rostro verdadero.
Han dicho que soy joven, y que eso es fantástico. Pero a mí poca gente me sonríe, y yo no tengo nada, sólo un limpio deseo que no sé canjear. Como la primavera estoy brotando, estoy haciendo fuego contra el mundo, aunque no sepa aún cómo entregar mi llama.
Quiero amar, quiero mi parte en el planeta, y estas damas de plástico y toxinas han llenado el espacio con su angustia, sus olores de falsa primavera. Me pueden despreciar los consultores, las bellezas del mundo superior, me empujarán los cómodos extraños y seré ignorado principalmente por todo el mundo; yo tampoco veré sus caras muertas.
Pero en algún punto sano del espacio entrará mi mirada de tornillo y hallaré quien me crea, quien me vuelva al jardín de la existencia. Significaré cuando me reconozcan. Estoy vivo, y si una criatura de mi especie se cruza en mi camino, sabré reconocerla. Sólo tengo una flor en mi sonrisa, y el que sólo tiene una cara es verdadero y es puro y es real.
Si el deseo lo emito como esta luz de día, si sólo primavera es mi solicitud, si caigo como el limpio del cielo sobre el aire, no habrá nada que pueda gastarme la estatura, y nunca seré infame, ni necio ni culpable, si tan sólo a mi piel es a quien sirvo.

miércoles, 29 de abril de 2009

Poema 30 de "Ciudad iluminada"

30

I

El rugido de fondo ha fundamentado nuestras vidas: es inútil soñar con una despedida diferente, o con un amanecer que no tenga ese llanto histé-rico y eterno que acaba por confundirse con la propia existencia. No somos prisioneros de unos metros de papel pintado, ni la tristeza de nuestra sangre es sólo atribuible a las constantes de un barrio de los años sesenta. Pero todo acaba por confundirse, por mezclarse, y al abrir el álbum de fotos que es el documento que certifica los años que hemos vivido, y nuestra realidad, descubrimos ahí también el sonido profundo y agobiado de la gran autopista. Es mejor no pensar en ello, no pen-sar en lo que hubiera podido ser nuestra vida en una dulce pradera, con el descanso de la noche y el murmullo de un río acompañando nuestras existen-cias. Somos así. Ni la carne ni el corazón eligen su destino; apenas sí les es dado elegir un perfume, o el color de los metros de papel pintado en el que envolverán su espíritu. Tal vez haya otras almas más potentes.

II

Comemos frente a frente, pero hay un abismo doméstico entre nosotros. Tantos años caminando juntos no ha hecho nada más fácil, trabajar mano a mano no nos hace más fácil nuestra compañía. Y es que somos hombres los dos, y descaradamente, el uno por la calva voraz y el otro por las fieras mandíbulas, el uno por la panza explosiva y el otro por la testosterona que le afila los músculos, los huesos, le endurece la nuez en la garganta.

Comemos frente a frente en un humilde bar. Los edificios son enormes en este barrio, son inmensas colmenas, la circunvalación murmura como un mar, eterna como un mar, pero en tono de angustia y obsesión. Comemos frente a frente, uno es hijo del otro y por eso tal vez nos hemos de guardar la secreta distancia del pudor. Comemos frente a frente, y comentamos, conforme van surgiendo, los pequeños detalles de nuestro trabajo.

III

Me mira con interés, pero es una anciana total-mente decrépita. Vieja verde, quizás. Comerá sola. En la ventana. En la ventana tan luminosa que el camarero no me ha dejado escoger. Vieja verde, quizás, por cómo me ha mirado. No la vuelvo a mirar. Algo le queda debiendo la vida, algo le ha faltado conseguir, y sabe que ya es tarde. Ya todo está perdido. Vieja verde y musgosa, no creo que tenga dientes propios. Debe ser cliente habitual, porque el camarero la está llamando guapa cada vez que se dirige a ella. Clientes habituales deben ser los de este bar, como la pareja de viejos de la otra ventana. A mí, que no me conocen, me han invitado a sentarme frente a la viga del centro, y yo he cambiado de silla para disfrutar, aunque sea de reojo, de la luz tan hermosa del mediodía.

El camarero me ofrece su menú con la desfachatez entera de su voz. Dispara cada sílaba como si quisiera clavármelas en el oído, y temo recibir su superávit de saliva en mis mejillas afeitadas. Escojo mi pitanza y espero sintiéndome en la gloria, con la bendición de esa luz iluminando este pequeño universo tan tosco y tan sabroso. He sido tratado de chaval, y tengo treinta y cinco.

El otro camarero debe ser el jefe. Más enérgico aún que el que me atiende, y aún más invasivo. Señal de identidad de la casa, supongo. Ha recitado su menú con la marcialidad de un teniente a los recién llegados, y luego ha puesto su mano sobre mi hombro y me ha acercado su aliento para pregun-tarme por el segundo.
Primer poema de "El mundo convocado":

YO asumo los caminos que la tarde me muestra,
cuando se va desplegando ante su centro
como en un gran mosaico de historias paralelas,
y abrazo la simiente que, a mi alrededor,
reconozco y presiento que habrá de florecer,
aunque no esté yo entonces,
aunque no sea testigo,
aunque no participe de su afán de aventura.

Ahí está, todo a mi alrededor,
preñado y silencioso.

Quisiera entrar en todas las historias, en todas las
miradas,
y sé que sólo soy un punto en un escrito
que habrá de colocarse en su lugar,
y acato el horizonte, tan breve, de mis hombros.

Pero está bien, eso es la libertad,
detenerse un instante frente al universo,
ver la vida sonando, creciéndose en pujanza,
cada ser ofreciendo una flor luminosa.

Si miras hacia el cielo verás toda la tierra.

Si te acercas a alguien,
si le dedicas toda tu mirada,
sabes que estás mirando el mundo,
si le miras de veras y le abres las manos.

Algo así puedes ser tú también,
si te miras de veras,
un punto del planeta, otra flor arriesgada,
un cruce en el que caben todos los caminos.

Poema 35 del libro Ciudad Iluminada