sábado, 14 de diciembre de 2013
sábado, 14 de septiembre de 2013
Un poema de "Yo he vivido en la tierra":
Desde el día en que abrieron las compuertas
y la sangre morada empezó a descender
a los valles más hondos y a subir
a las cimas más altas y a meterse
en las venas de todos los conformes y a llegar
al necio corazón de los felices,
no he dejado de esperar en pedazos,
tan solo que hasta me he distanciado de mi propio ser.
Y estoy harto de todo lo que gira,
cada vuelta un abuso, estoy cansado
de pisar los caminos y no andar,
y mi suela es un gasto inconfesable.
Entre tantas pezuñas humanas y tanta vocación de exterminio,
me queda sólo un llanto de dolor y de ira,
un pedestal donde me acuesto para esconderme
de las balas del odio y de la estupidez.
Un pedestal para los que han fracasado,
eso es lo que me queda,
un hueco donde el tiempo funciona,
pero al margen del mundo y su mendacidad.
Eso es lo que me queda,
las palabras de todos
que vuelvo contra todos,
el sudor cotidiano hecho canción,
la música con que me obliga
esta supervivencia.
Pero hay un color más verdadero
que todo este dolor.
Pronto me moriré como un apache
y toda esta miseria será un cuento
de hadas increíble.
El tiempo seguirá, por una línea recta,
y todo acabará con un comienzo.
Pronto no existiré, y de esta pesadilla quedará sólo el sueño
de ser amado y fresco y verdadero,
y de andar por el mundo como el que anda en el mar. viernes, 23 de agosto de 2013
Un poema de "Yo he vivido en la tierra"
Qué
bonito sería mirar a un pasajero
y ser correspondido.
Equilibrar la carne y el
espíritu
en esa inteligencia sin
palabras.
¿Acaso alguien me teme?
Si sólo soy un órgano que
busca su riñón,
una válvula que quiere abrirse
para luego cerrarse,
corazón entre la multitud
que muestra hasta sus cartas,
por si alguien quiere verlas,
porque éste no es un juego de
ganar o perder.
Si sólo soy un viajero
dentro de este vagón
infatigable,
no puede ser verdad que seamos
tan desconocidos.
Y no puede ser cierto
que nuestro corazón es una
cosa privada,
una cruel pertenencia,
porque nada es amable si hay
que ocultarlo,
y nada es duradero si precisa
ser protegido.
En el metro no hay moscas,
¿No os habíais dado cuenta?
En el metro las caras son como
baldosas
que a nadie se le ocurre
interrogar.
Pero yo estoy necesitado de
alimento,
y me pongo a pedir,
muy silenciosamente,
sin cartel, sin sombrero para
las monedas,
yo me pongo a pedir sin pedir
nada,
y exclamo mi silencio como un
estandarte
que señala mi sien, mi
perspectiva
desde este asiento tibio
que otro abandonó.
Pero mi silencio es distinto,
compañeros de viaje,
porque yo no me escondo en mi
silencio:
lo muestro transparente, como
página en blanco
en la que desde ahora mismo,
desde cuando queráis
me pondré, pensativo, a
dibujar.
Aceptad esta tierra que os
ofrezco.
es todo lo que ignoro y lo que
sé,
las dos caras de un mismo
valor,
es todo lo que hago y lo que
emito:
viajo con vosotros, me siento a
vuestro lado
y camino por los mismos
pasillos.
¿No me reconocéis?
¿No podemos mirarnos?
¿Acaso una estación es un
destino?
Yo soy un camarada,
tal vez no sepa hablar, ni
leer en las manos,
pero quiero sentir, como una
vela,
el aire de vuestras palabras,
y quisiera decir
que no sois sólo huraños
pasajeros
en este puntual, ordenado y
perfecto
naufragio subterráneo
que nos deja en la isla desierta que habitamos.
que nos deja en la isla desierta que habitamos.
jueves, 27 de junio de 2013
El primer poema de mi primer libro, El horizonte de la noche. Ligeramente corregido 20 años después.
I
Ni una selva, ni un mar, ni un latido
de pájaros,
ni un rostro certero, ni una sombra en
la niebla,
ni la edad perdida de los astros, ni el
tierno calor de las encías,
ni el beso húmedo, celeste, que corona
los templos de perdón.
Ni las tormentas de fiebre, ni el
invierno marrón guardado en botes,
ni el cerebro usado de los testigos,
no quedará nada que te entregue un
papel, ni una cinta de niebla llegará,
ni siquiera un silencio con los
párpados húmedos.
La noche, su ambición de siglos contra
un mundo tan firme,
el fondo del mar, la tristeza, el
dolor, lo envejecido del tiempo,
reinarán como un ciego en un incendio,
morderán la ternura, el corazón de la
selva,
roerán como sueños todo centro de
alma.
Por eso estoy aquí camuflado entre
hogueras,
por eso me teme el corazón,
con esa velocidad suya que tanto
perjudica,
por eso es largo el mar, la costa y la
mañana.
Por eso estoy aún dolorido de piedras,
y busco en mis cajones algo que haya
olvidado:
una llave, un secreto entre los
juguetes
que quedan del ayer y las ropas que
aguardan el mañana.
Y sé que nada encontraré entre
desechos de feria,
ni una selva, ni un mar, ni un latido
de pájaros,
y no podré beber, ni lloraré,
ni encontraré por la tierra un milagro
olvidado.
domingo, 14 de abril de 2013
Un poema del libro "Como se nombra el agua"
Nuestro milagro es estar
Si un meteoro llegara a visitarnos
y le
mostrásemos manos vacías pero calientes,
y una
sonrisa para que tiemblen los príncipes,
quizá se
transformase en cometa, y nos mostrara su razón
de vuelo
en el espacio aprendido y consciente.
Si el cielo todo, lleno de luces vagabundas
nos
mostrase que ha pensado en nosotros al crearse
sin orden
ni prudencia, si se dejase habitar
por los
deseos de los hombres cuando se asoman al sueño...
(Toda penumbra es duradera
si la
memoria es tenaz, pero el impulso
del fuego
y la existencia todo lo ilumina,
aun la
madera por dentro y el núcleo del carbón.
Nuestro milagro es estar
y no haber
comprendido, conquistando
los muros
de la piel los océanos mínimos
de la
mirada y su frágil
prudencia
de cristal.)
Si se cumplieran las buenas condiciones
para que
el frío de la vida fuera el mismo
que el
frío del metal, y todo árbol
ofreciera
su sombra para bien, con nuestro afecto,
si la
sangre acudiera a su destino,
siempre y
con fuerza,
aún
quedaría lugar para el asombro,
por mucho
que el fuego supiera su labor
poderosa y
sumisa,
yo
mantendría esta pregunta
al borde
del océano y los objetos del hombre:
¿quién
soy?
¿y porqué se
celebran estas fiestas?
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