sábado, 14 de septiembre de 2013

Un poema de "Yo he vivido en la tierra":



Desde el día en que abrieron las compuertas
y la sangre morada empezó a descender
a los valles más hondos y a subir
a las cimas más altas y a meterse
en las venas de todos los conformes y a llegar
al necio corazón de los felices,
no he dejado de esperar en pedazos,
tan solo que hasta me he distanciado de mi propio ser.

Y estoy harto de todo lo que gira,
cada vuelta un abuso, estoy cansado
de pisar los caminos y no andar,
y mi suela es un gasto inconfesable.

Entre tantas pezuñas humanas y tanta vocación de exterminio,
me queda sólo un llanto de dolor y de ira,
un pedestal donde me acuesto para esconderme
de las balas del odio y de la estupidez.

Un pedestal para los que han fracasado,
eso es lo que me queda,
un hueco donde el tiempo funciona,
pero al margen del mundo y su mendacidad.

Eso es lo que me queda,
las palabras de todos
que vuelvo contra todos,
el sudor cotidiano hecho canción,
la música con que me obliga
esta supervivencia.

Pero hay un color más verdadero
que todo este dolor.
Pronto me moriré como un apache
y toda esta miseria será un cuento
de hadas increíble.

El tiempo seguirá, por una línea recta,
y todo acabará con un comienzo.

Pronto no existiré, y de esta pesadilla quedará sólo el sueño
de ser amado y fresco y verdadero,
y de andar por el mundo como el que anda en el mar. 

viernes, 23 de agosto de 2013

Un poema de "Yo he vivido en la tierra"

Qué bonito sería mirar a un pasajero
y ser correspondido.
Equilibrar la carne y el espíritu
en esa inteligencia sin palabras.

¿Acaso alguien me teme?
Si sólo soy un órgano que busca su riñón,
una válvula que quiere abrirse
para luego cerrarse,
corazón entre la multitud
que muestra hasta sus cartas,
por si alguien quiere verlas,
porque éste no es un juego de ganar o perder.

Si sólo soy un viajero
dentro de este vagón infatigable,
no puede ser verdad que seamos tan desconocidos.

Y no puede ser cierto
que nuestro corazón es una cosa privada,
una cruel pertenencia,
porque nada es amable si hay que ocultarlo,
y nada es duradero si precisa ser protegido.

En el metro no hay moscas,
¿No os habíais dado cuenta?
En el metro las caras son como baldosas
que a nadie se le ocurre interrogar.

Pero yo estoy necesitado de alimento,
y me pongo a pedir,
muy silenciosamente,
sin cartel, sin sombrero para las monedas,
yo me pongo a pedir sin pedir nada,
y exclamo mi silencio como un estandarte
que señala mi sien, mi perspectiva
desde este asiento tibio
que otro abandonó.

Pero mi silencio es distinto, compañeros de viaje,
porque yo no me escondo en mi silencio:
lo muestro transparente, como página en blanco
en la que desde ahora mismo, desde cuando queráis
me pondré, pensativo, a dibujar.

Aceptad esta tierra que os ofrezco.
es todo lo que ignoro y lo que sé,
las dos caras de un mismo valor,
es todo lo que hago y lo que emito:
viajo con vosotros, me siento a vuestro lado
y camino por los mismos pasillos.
¿No me reconocéis?
¿No podemos mirarnos?
¿Acaso una estación es un destino?

Yo soy un camarada,
tal vez no sepa hablar, ni leer en las manos,
pero quiero sentir, como una vela,
el aire de vuestras palabras,
y quisiera decir
que no sois sólo huraños pasajeros
en este puntual, ordenado y perfecto
naufragio subterráneo
que nos deja en la isla desierta que habitamos.

jueves, 27 de junio de 2013

El primer poema de mi primer libro, El horizonte de la noche. Ligeramente corregido 20 años después.

I


Ni una selva, ni un mar, ni un latido de pájaros,
ni un rostro certero, ni una sombra en la niebla,
ni la edad perdida de los astros, ni el tierno calor de las encías,
ni el beso húmedo, celeste, que corona los templos de perdón.

Ni las tormentas de fiebre, ni el invierno marrón guardado en botes,
ni el cerebro usado de los testigos,
no quedará nada que te entregue un papel, ni una cinta de niebla llegará,
ni siquiera un silencio con los párpados húmedos.

La noche, su ambición de siglos contra un mundo tan firme,
el fondo del mar, la tristeza, el dolor, lo envejecido del tiempo,
reinarán como un ciego en un incendio,
morderán la ternura, el corazón de la selva,
roerán como sueños todo centro de alma.

Por eso estoy aquí camuflado entre hogueras,
por eso me teme el corazón,
con esa velocidad suya que tanto perjudica,
por eso es largo el mar, la costa y la mañana.

Por eso estoy aún dolorido de piedras,
y busco en mis cajones algo que haya olvidado:
una llave, un secreto entre los juguetes
que quedan del ayer y las ropas que aguardan el mañana.

Y sé que nada encontraré entre desechos de feria,
ni una selva, ni un mar, ni un latido de pájaros,
y no podré beber, ni lloraré,
ni encontraré por la tierra un milagro olvidado.

domingo, 14 de abril de 2013

Un poema del libro "Como se nombra el agua"


Nuestro milagro es estar

Si un meteoro llegara a visitarnos
y le mostrásemos manos vacías pero calientes,
y una sonrisa para que tiemblen los príncipes,
quizá se transformase en cometa, y nos mostrara su razón
de vuelo en el espacio aprendido y consciente.

Si el cielo todo, lleno de luces vagabundas
nos mostrase que ha pensado en nosotros al crearse
sin orden ni prudencia, si se dejase habitar
por los deseos de los hombres cuando se asoman al sueño...

 (Toda penumbra es duradera
si la memoria es tenaz, pero el impulso
del fuego y la existencia todo lo ilumina,
aun la madera por dentro y el núcleo del carbón.

Nuestro milagro es estar
y no haber comprendido, conquistando
los muros de la piel los océanos mínimos
de la mirada y su frágil
prudencia de cristal.)

  Si se cumplieran las buenas condiciones
para que el frío de la vida fuera el mismo
que el frío del metal, y todo árbol
ofreciera su sombra para bien, con nuestro afecto,
si la sangre acudiera a su destino,
siempre y con fuerza,
aún quedaría lugar para el asombro,
por mucho que el fuego supiera su labor
poderosa y sumisa,
yo mantendría esta pregunta
al borde del océano y los objetos del hombre:
¿quién soy?
¿y porqué se celebran estas fiestas?