martes, 2 de octubre de 2012

Yo he vivido en la tierra


Yo he vivido en la tierra,
lo digo con orgullo, aunque sin galardones:
he vivido en la tierra,
una perla tan rica y tan compleja
que todo el universo giraba en torno a ella.

Ya sé que no es verdad, pero ¿Quién no ha soñado
que quien tenga la vida también tenga el poder?
Tuve vida en la tierra y ese es el reinado
más extenso que pueda imaginarse.

La materia animada o la materia inerte,
¿Acaso hay elección?
¿El juicio o el bien de la inocencia?
No hay destino que pueda compararse
al de haber sido humano donde viven los hombres.

Un sencillo equilibrio era el secreto:
el tiempo funcionaba
con sus días y sus noches:
la oscuridad, la luz,
estaban separadas;
solamente lo vivo era alimento
y sólo el alimento sostenía la vida.

El agua era posible
en sus tres condiciones:
regresaba del mar a las montañas
en las nubes que daban cuerpo al cielo
y en las cimas más altas lenta nieve
entregaba su zumo al manantial.
Y ese agua bebían los ciervos y los hombres.

Yo he vivido en la tierra,
lo digo con vergüenza también;
como he sido humano he tenido mi culpa
y entre tanta locura y tanta estupidez,
aporté mi ración de disparate.

Pero estaba entre hombres, recordadlo,
una especie que no tiene destino,
y que anda de espaldas, comprended
que todo es una trampa en ese mundo:
las flores y los besos, el deseo que introduce
veneno en la conciencia, la conciencia siempre desnuda,
tan frágil e indefensa.

Todo lo destruíamos, todo lo malgastábamos;
algunos no llegaban ni a probar
el pan que trabajaban,
mientras otros vivíamos encima
de un barril de petróleo
sin saber lo que haríamos cuando se terminase.

Yo tenía un automóvil,
una máquina fiera en la que me movía
a gran velocidad. Y el planeta,
paciente e indefenso,
se llenaba de humos venenosos.

Pero yo no podía quedarme en mi casa,
no podía quedarme en mi barrio,
todo estaba muy lejos y además era hermoso
ver pasar los paisajes,
era bella la danza de los edificios, las nubes, las farolas,
cumpliendo con las leyes de la perspectiva.

Fui un hombre mediocre, ésa es la verdad,
viví una vida oscura y no di nada al mundo,
salvo estos poemas que os confío.
Tal vez sólo os estorben.
Quizá me justifiquen, quizá valgan de entrada
a ese mundo de paz y de abandono
en el que sin remedio he de acabar.
El olvido será mi recompensa,
y el olvido será mi castigo.

Aunque siempre he pensado que el poeta
debería ser un alma generosa, 
valiente y entregada,
yo viví como insecto, refugiado en el miedo;
huí de la miseria humana,
pero huir de lo humano es la mayor miseria.


Se diría que sólo protegí
con mi vida esta voz;
si no he sido el poeta que quisiera,
quizá valgan mi afán, y mi remordimiento,
como el doble legado del que al menos
conservó su deseo y su esperanza
vivos en su poesía,
y encontró su verdad en su escritura.

"Qué injusta es la luz", un poema de "Yo he vivido en la tierra"

Qué injusta es la luz,
Que ilumina unos muros con su fuerza,
O su clarividencia o su ternura,
Y a otros los deja en la sombra,
Abandonados a la mendicidad.

Qué injusta es la luz,
Que es incendio que arde en nuestros ojos
En la pasión del mediodía
Y que luego en la tarde es larga despedida
Delicada y sutil, pero que nunca es nuestra.

Qué injusta es la luz,
Que ilumina los cielos y las nubes,
El lujo y la elegancia de su inconsistencia,
Y olvida a los que estamos debajo,
Practicando la niebla para sobrevivir.

Qué injusta es la luz,
Que destaca en el cielo las negras golondrinas
Que toda se la tragan, animales que vuelan orgullosos
Sin dudar de su ruta incomprensible.

Qué injusta es la luz, cuando nos abandona,
Y qué injusta es la luz, cuando nos ilumina,
Y nos muestra la edad que hemos gastado,
Y nos muestra lo bellos, y lo feos que somos,
E ignora nuestras almas, que han crecido en dolor,
Y nos deja en ridículo
A aquellos que intentamos
Ocultar su verdad, tan clara y tan injusta.

Yo estoy aquí, un poema de "Yo he vivido en la tierra"


Yo estoy aquí,
en este puerto blanco que las olas celebran
con su eterna desidia,
en esta noche clara que nadie reconoce,
porque nadie quisiera convertirse en esclavo
de un amanecer.

Y sigo aquí,
celebrando que el río de las siestas
me ha traído a este puerto en que la luz me está acariciando
como una leche limpia
que me acepta sin brillo y sin valor.

Yo estoy en este puerto,
en esta ciudad sólo, y respiro en la noche
que ignoran los felices.

Nadie viene a sudar con mi entusiasmo,
ni a vivir junto al ritmo que respiro,
pero desde este puerto,
que la luz de la Luna ha hipnotizado,
continúo invocando
el prodigio de amar, el ser con vuelta
que desnuda su alma para el mundo.